CERRO BARÓN


Cerro Barón,
¡Curioso tu nombre!
No conocí castillos ni riqueza
en tus calles lavadas por lluvias 
itinerantes.

No ví balcones ni jardines colgantes,
sólo ventanas abiertas a la bahía
despidiendo la humedad arrinconada al amanecer;
sólo cordeles al viento con su mensaje colorido
pintando el paisaje porteño
de camisetas y calzoncillos.

Sólo un cerro más entre tantos
que mis ojos veían cada mañana,
de puntillas la nariz apoyada
en el vidrio trizado de la ventana.

Allí crecí entre temporales
y aguaceros infinitos.
Vientos furiosos arrancados del océano
irrumpieron en mi adolescencia
llenándome de sonrisas frías
como cicatrices eternas de escasez
y dolor.

Mi pie subía y bajaba
la larga calle que serpenteaba
hasta cruzar la mirada de mi padre
siempre detrás del mostrador:
"¡Cómo va, hija!"
parece decirme todavía,
parece mirarme desde allá.

El cerro atrapó mis sueños,
se llevó mis pisadas la llovizna de otoño,
el viento insolente levantó mi historia,
arrastrándola a los confines
para dejarla caer entre durmientes,
piedras mojadas y trenes solitarios
un amanecer.

Cerro Barón, nunca vi un castillo en tus calles
apenas mi casa desafiando el orden establecido
de calles empinadas, puertas multicolores,
techos de zinc oxidado
patios para jugar a ser niña, 
olvidados.

Hoy te miro y vuelvo a sentir como entonces:
tu beso fresco de viento norte,
la luna en las noches que marcaban mi regreso
  las luces en la bahía iluminando el anochecer...

Paisaje dorado bajo el azul del cielo,
recorte de un tiempo que me vio crecer.


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